Bendecido
con el nombre de un grande, que recuerda al genial astro del fútbol riverplatense,
Enzo Francescoli, un joven periodista desempleado se adentra en el subterráneo
mundo del transporte público barcelonés para cantar a viva voz sus dotes
académicas y sus hallazgos laborales (http://www.publico.es/455926/la-sexta-ficha-al-periodista-en-paro-que-canto-su-curriculo-en-el-metro).
Si es
certero el lema que sostiene que de las crisis suelen surgir apetitosas
oportunidades, Enzo Vizcaíno no es la excepción. Tras su genial ocurrencia, (que
además de evitarle cuantiosos gastos en viáticos y fotocopias de cv, le ahorró
el considerable y angustioso tiempo de espera que consume cada entrevista
laboral) y gracias a la masividad de las nuevas tecnologías comunicacionales, este
joven fue fichado por una de las principales cadenas televisivas españolas para
formar parte de su staff de guionistas.
En un
mundo bastante trastocado, confuso y sumamente convulso, lo que le valió a Enzo
para conseguir trabajo no fue tanto su trayectoria, sino su ingenio. Podría
decirse que lo que pesó más a la hora de despedirse de las filas del paro no
fue cuánta sapiencia había acumulado en su corta vida, sino la creatividad que
había adquirido durante todo ese tiempo mientras se dedicó a formarse y aprehender
las cuestiones fundamentales del quehacer capitalista.
En su
hazaña, Enzo hizo realidad otro lema: el que asegura que las penas se van
cantando. Y él, ni lento ni perezoso, se decidió a interpretar de forma
atrevida y genialmente ocurrente, sus méritos más valorados en una sociedad que
mide el recurso humano en base a sus títulos, pasantías y diversidad de trabajos
experimentados.
Y
ante un panorama tan desolador, donde miles de jóvenes con sobrado nivel
académico se ofrecen para trabajar realizando tareas que no requieren siquiera
ni un 20% de todo ese capital intelectual que a diestra y siniestra les
insistieron en acumular en beneficio propio, historias como la de Enzo
adquieren mayor relevancia y elevan los niveles de esperanza a cuotas mínimamente
habitables.
Hijos
y esclavos del sistema, como bufones nos revelamos ante él para rogarle una
tajada de la torta antes de ser devorados por un precipicio de pobreza, marginalidad,
angustia y desesperación. Duele tanto verse desempleado como sentirse plena y
sabiamente consciente que esta situación crítica tiene más de estructural que
de transitoria y ficticia, como insisten unos muchos.
Pero
Enzo tuvo suerte. Sí, de esa que suele escasear en esta posmodernidad efímera y
tenazmente cruel. Su extravagancia valió la pena y hoy España tiene un
desempleado menos y la Seguridad Social, un cotizante más. ¿¡Qué otro remedio!?¡A
cantar se ha dicho nomas!
Medea Paracas