27 de mayo de 2013

Cantando se van las penas



Bendecido con el nombre de un grande, que recuerda al genial astro del fútbol riverplatense, Enzo Francescoli, un joven periodista desempleado se adentra en el subterráneo mundo del transporte público barcelonés para cantar a viva voz sus dotes académicas y sus hallazgos laborales (http://www.publico.es/455926/la-sexta-ficha-al-periodista-en-paro-que-canto-su-curriculo-en-el-metro).


Si es certero el lema que sostiene que de las crisis suelen surgir apetitosas oportunidades, Enzo Vizcaíno no es la excepción. Tras su genial ocurrencia, (que además de evitarle cuantiosos gastos en viáticos y fotocopias de cv, le ahorró el considerable y angustioso tiempo de espera que consume cada entrevista laboral) y gracias a la masividad de las nuevas tecnologías comunicacionales, este joven fue fichado por una de las principales cadenas televisivas españolas para formar parte de su staff de guionistas. 


En un mundo bastante trastocado, confuso y sumamente convulso, lo que le valió a Enzo para conseguir trabajo no fue tanto su trayectoria, sino su ingenio. Podría decirse que lo que pesó más a la hora de despedirse de las filas del paro no fue cuánta sapiencia había acumulado en su corta vida, sino la creatividad que había adquirido durante todo ese tiempo mientras se dedicó a formarse y aprehender las cuestiones fundamentales del quehacer capitalista.


En su hazaña, Enzo hizo realidad otro lema: el que asegura que las penas se van cantando. Y él, ni lento ni perezoso, se decidió a interpretar de forma atrevida y genialmente ocurrente, sus méritos más valorados en una sociedad que mide el recurso humano en base a sus títulos, pasantías y diversidad de trabajos experimentados.
Y ante un panorama tan desolador, donde miles de jóvenes con sobrado nivel académico se ofrecen para trabajar realizando tareas que no requieren siquiera ni un 20% de todo ese capital intelectual que a diestra y siniestra les insistieron en acumular en beneficio propio, historias como la de Enzo adquieren mayor relevancia y elevan los niveles de esperanza a cuotas mínimamente habitables.
Hijos y esclavos del sistema, como bufones nos revelamos ante él para rogarle una tajada de la torta antes de ser devorados por un precipicio de pobreza, marginalidad, angustia y desesperación. Duele tanto verse desempleado como sentirse plena y sabiamente consciente que esta situación crítica tiene más de estructural que de transitoria y ficticia, como insisten unos muchos.
Pero Enzo tuvo suerte. Sí, de esa que suele escasear en esta posmodernidad efímera y tenazmente cruel. Su extravagancia valió la pena y hoy España tiene un desempleado menos y la Seguridad Social, un cotizante más. ¿¡Qué otro remedio!?¡A cantar se ha dicho nomas!


Medea Paracas


20 de mayo de 2013

Historias de Barcelona


Camino a casa.
 


¿Dónde estás corazón?
 


Sabemos esperar y lo esperaremos todo.
 


En construcción.
 


Una ciudad con vistas.
 


Arqueología industrial.
 


Ravalear (v.) Yo ravaleo. Tu ravaleas. Ravaleamos.
 



Desde aquí se ve todo mejor.
 


Tesoros.
 


Ensoñación de Gaudí.
 

 
¿Un vermut?
 
 
 
¿Y ahora dónde vamos?
 


Viridiana, texto y fotografías.
 

13 de mayo de 2013

Landismo y mucho más






Uno de los recuerdos de mi infancia es sentarme en el sofá con mis padres y  ver en la tele la película de Alfredo Landa que tocaba ese sábado. Mi padre se tronchaba de risa y yo, de niña, también. De adolescente me hacía la estirada, por aquello de la rebeldía paterno-filial y casi me alineé con los que denostaban ese tipo de cine, pero ¿os cuento un secreto? nunca dejé de reírme al verlas.
A aquel tipo de cine se le etiquetó como el Landismo, comedias de situación  sin más pretensiones que hacer reír poniendo de manifiesto  de un modo muy desenfadado las características de la sociedad española de la época. Alfredo Landa representaba como nadie al españolito de a pie, al “macho ibérico” que se pavoneaba por las playas delante de las suecas. 


Aunque su estreno como actor de cine fue en 1962 con Atraco a las tres de José María Forqué,  la etapa del Landismo es la que le catapultó a la fama en todos los hogares españoles de la década de los 70. Nos regaló joyitas míticas como No desearás al vecino del quinto, Una vez al año ser hippy no hace daño, Cateto a Babor, Manolo la Nuit, Jenaro el de los 14, Dormir y ligar todo es empezar, etc…

Pero fue lo que podríamos llamar su segunda época, cuando el actor se deshace de la imagen anterior, para demostrarle al séptimo arte su impecable técnica y gran capacidad de interpretación. Elevándose a la categoría de gran estrella e instalándose para siempre en nuestros corazones.




Consiguió en 1984 el premio al mejor actor en el Festival de Cannes por su interpretación en la película Los Santos Inocentes de Mario Camus. En 1987 gano su primer Goya como mejor actor protagonista por El Bosque Animado de José Luís Cuerda, película que nunca me cansaré de ver y en la que da vida al entrañable bandido Fendetestas.  En 1992 le llega su segundo Goya como mejor actor protagonista por La Marrana, también de José Luis Cuerda y finalmente en 2007 le dan el Goya de Honor por toda una carrera. 

No hay que pederse tampoco La Vaquilla de Luís García Berlanga (grande, muy grande!) o el Crack de José Luís Garci. A su vez hizo infinidad de obras de teatro y trabajos para televisión del que podemos destacar su personaje del escudero fiel Sancho Panza en la serie de Don Quijote de la Mancha.  Pido desde aquí, si alguien me escucha, que la vuelvan a reponer en la televisión.
 


El caso es que Alfredo Landa, murió el pasado día 9 de mayo y yo me quede muy triste porque  considero que es parte de mi casa, allí ha estado desde siempre y allí permanecerán sus películas.  Sería injusto que se quedara para siempre con la etiqueta de cómico tonto que le pusieron algunos, de esos artificialmente exquisitos o  los que no han querido profundizar más allá ni valorar su carrera posterior.  Alfredo es Manolo la Nuit y Jenaro, pero también es Paco el Bajo y el Bandido Fendetestas, ¿Quién supera eso?

¿Que si soy Landista? Por supuesto, y a mucha honra!! 
HASTA SIEMPRE ALFREDO!!!

Ultramarinos Bodeler

6 de mayo de 2013

Ventana hacia Finisterre



Solía asomarme a media mañana cuando el sol aún estaba a unos cuantos pasos de su cenit, para que no me impidiera ver sus sombras. Pero, costaba verlas. No sé si eran esos gigantescos kilómetros que nos distanciaban o era el cansancio de mi vista, que de tanto aguardarlas, iba perdiendo nitidez.

A media tarde, repetía el ritual. Me sentaba allí, aguardándolas. Algún que otro eco, el recuerdo fugaz de las risas compartidas, una brisa que acariciaba mis cabellos, los aromas a especias y oliva, me hacían creer que estaban cerca, muy cerca de mí. Entonces, extendía mi mano, la abría de par en par, esperando abrazarlas, contenerlas, fundirme con ellas. Pero, la luz comenzaba a escasear y el vacío se tornaba palpable.

Hacía tiempo ya que no las veía, sin embargo, mi mente se las ingeniaba constantemente para recrearlas una y otra vez. Estaban allí, donde las había dejado y donde ellas me habían dejado a mí. Añoraba sus andares, sus decires y sus pensares. Todo aquello compartido y aventurado, que por un buen rato se reveló infinito, a pesar que tiempo después, crudamente conocí su finitud.

A media madrugada, me volvía a asomar. Por si acaso, nomás. Allá en Finisterre era de día y tal vez, se habían animado a emprender el viaje. Debía ser precavida. Una emoción semejante podía terminar de quebrar mi machacado corazón. Así que, jamás bajaba la guardia. Estaba atenta a cada movimiento, a cada sonido que viajaba entre un lado y otro de aquel atlántico mar. Solo era cuestión de esperarlas. O ellas, a mí.


Dedicado con demencial cariño a S. L. y A.

Laurencia Melancolía


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