7 de julio de 2014

Las mujeres de Egon



Dormidas ellas, ligeramente, comenzaban a despertar. Tórridos y fulminantes sonidos, rasgaban sus vestimentas, despejaban su piel. Enseñaban al mundo, su disfraz más puro.
Desnudas estaban, aguardando el placer. Aquel que con su acrimonia patentaba su paso fugaz, aquel que con su parsimonia, ocultaba el hechizo mortal.
Frágiles no eran, pese a su languidez. Bravas no se mostraban, pese a su interna robustez. Aquellas féminas oscuras que Egon retrató, me susurraban al oído relatos de exaltados recuerdos, ficciones de la pasión. Tímidas eran, ante la mirada curiosa, valientes guerreaban, ante el reprimido opresor.


Ellas se hacían presentes en los instantes más táctiles, en los perfiles de aquellas sombras que se hacían luz con un simple cerrar de ojos.
Ellas no eran solo mi fiel evocación del gozo vivido sino también, del deseo especulador. Yo estaba allí con ellas. Ellas, habitaban en los receptáculos más pequeños de mi profundo ser.































Sin saberlo, Egon me las había obsequiado. Las había pintado para mí y para mi desvariada imaginación. Sus mujeres eran mi constancia más certera de la perpetuidad del agrado, eran un emblema de esta pasajera actuación. Con ellas me refugiaba en mis momentos más sombríos, con ellas resplandecía en mis momentos de fogosa fantasía, de alterada emoción. 


Con las mujeres de Egon me proyectaba, viajaba por horas a paraísos terrenales, de esos que encuentran su salvación a varios metros bajo el suelo, a unos cuantos soles del cielo, a unos cuantos pasos del redentor.
Por instantes, las dudas se despejaban y ante la claridad de las ideas, les daba las gracias a ellas, por animarme a ser quién soy. 


Vespertina Incrédula


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